Intentaba ponerse de pie, pero en cuanto hacía el amago de enderezarse todo a su alrededor empezaba a dar vueltas, y la vista amenazaba con nublársele del todo. Ahora, tirado en el suelo, apoyado sobre las rodillas y los antebrazos, es verdaderamente consciente de lo cercana que está ya su muerte.
Sonríe.
Finalmente ha llegado el momento. Lleva mucho tiempo preparándolo. Aquel tipo se lo ha prometido, la sustancia de esa bolsa es fulminante, instantánea. Apenas una hora y todo habrá acabado.
Puede sentir el pulso, demasiado acelerado, martilleando contra sus sienes, haciéndole sentir que su cabeza explotará de un momento a otro. Con la respiración agitada, hace un nuevo intento de levantarse del suelo. Nota un ligero cosquilleo en las extremidades, y de pronto, siente como la fuerza abandona su cuerpo haciéndole caer de medio lado, tumbado sobre el costado derecho. Es como si sus músculos dejaran de funcionar, negándose a desempeñar su función.
Apenas puede sentir las baldosas congeladas del suelo contra su mejilla. Sus dientes castañean y entonces es cuando se da cuenta de la inusitada frialdad de su piel. Todo su cuerpo tiembla, cada vez con más fuerza, mientras el insistente cosquilleo sigue extendiéndose por todo su cuerpo.
Con un esfuerzo sobrehumano consigue girar sobre sí mismo para quedar boca arriba. Levanta una mano temblorosa hacia el techo y entonces lo sabe, no le queda mucho tiempo. En ese momento, a pesar del dolor que recorre todo su cuerpo, siente una paz como hace meses que no experimenta. Ya no se tendrá que preocupar más por buscar trabajo, por la acumulación de las deudas, el miedo a no poder alimentar a su familia, a que estos lo abandonen por no poder cuidar de ellos. En esos momentos se alegra de conservar un buen seguro…
Está bien. Al menos, con su muerte, su esposa y sus hijos no tendrán más problemas para sobrevivir. Ya no les faltará de nada: ni comida, ni ropa, ni juguetes… nada. Es la mejor opción. Muerto podrá ayudar mucho mejor a su familia de lo que habría podido hacer en vida.
Oye gritos provenientes de la calle, seguramente originados por una nueva manifestación. Últimamente las huelgas y las protestas son el pan de cada día. La gente, empujada por el miedo, toma medidas desesperadas con tal de conservar un buen empleo, un buen sueldo, la buena vida que llevaban hasta hace no mucho.
Pero todo eso ya se acabó para él.
En ese momento, el antes un ligero hormigueo se intensifica, convirtiéndose en violentas convulsiones que sacuden su cuerpo con fuerza. Se retuerce sobre el suelo, adoptando posturas prácticamente imposibles, mientras intenta gritar aunque solo sea para desquitarse un poco del horrible dolor que está sufriendo. Pero no es capaz.
Y entonces, ya casi sin sentido, echa un último vistazo a su casa, reflejo de lo que algún día fue. Al igual que él. De pronto las convulsiones cesan, sus ojos se apagan, y todo rastro de sufrimiento desaparece.
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